Te gustan las chaquetas. Largas. Viejas. Arrullables. Como nubes de lana para envolver el mundo . Los días en que la vida es demasiado te vistes de fantasma y bailas por toda la casa con una taza vacía en la mano. Te sientes como un animal acorralado aunque no logras adivinar lo que te afrenta. La vida es demasiado. Pero ¿demasiado qué? ¿Ruidosa? ¿Rápida? ¿Colorida? ¿Llena de reclamos? Un grifo que gotea, un gato que pide comida y el llanto incierto de un bebé en el otro extremo del edificio son señales del estallido de una granada cercana. Así vives. Así vivimos. Con un frente de notificaciones pendientes en la mano y en la otra una urgencia desquiciada para resolver el siguiente conflicto de intereses. Es demasiado. Sólo puedes hacer dos cosas ante una saturación de estímulos. Una es envolverte en una chaqueta vieja. La otra es la lentitud. Ninguna de ellas sale rentable. Pero ya sabes que no todo lo que cura cotiza en bolsa.
Los días en que la vida es demasiado, es demasiado hasta para hacerte preguntas. Y sin preguntas tampoco sabes escribir. Te has acostumbrado a hablar sobre lo que todavía no sabes y lo que ya sabes te resulta inútil. Ni siquiera puedes cocinar con claridad, dispensar los remedios cotidianos, ser a la vez montaña rocosa y río fértil. Todo lo que necesitas para sostener este momento se ha transformado en una niebla compleja que a penas puede diseccionarse con palabras académicas como la palabra problemática, hermenéutica, entropía. Palabras que no tienen sangre. Que no saben envolver el cuerpo.
Y cuando el cuerpo grita, lo llevas de paseo. A moverse entre los árboles. A pasar desapercibida entre las prisas ajenas y los horarios. Ecos de todo lo que hoy no tienes intención de cumplir. Porque el tiempo también nos condena. La chaqueta te sirve de escudo. Un manto de invisibilidad entre el ajuar urbano y cosmopolita, entre el circo de semáforos y el recado de última hora , entre la lista de la compra y el bullicio de los cafés. Ver y ser visto. Dos extremos de un río revuelto. Oscilar en el punto intermedio es un equilibrismo. La música también te protege. Oques Grasses canta “que la paz de los caracoles es la nueva religión”. Te gustaría encontrar un caracol. Pero hace tantos días que no llueve... La lluvia serviría de respuesta o de presagio para un pequeño catálogo de posturas recogidas . Y hoy tampoco, no llueve.
Escuchas el pódcast que acaba de sacar Verónica Cernadas: cuando llovía, llovía solamente. No conoces de nada a Verónica Cernadas. Pero sí, la conoces. Imaginas que ella también tiene un buen surtido de chaquetas viejas, largas, de lana en las que envolver sus preguntas. Su voz es íntima. De esa intimidad que hace casa, la de la habitación con luz tenue, el silencio barnizando los segundos, las palabras que se habitan por dentro como rituales humeantes. Esas palabras. Las de la fragilidad. Las de las hojas del fresno. Las del refugio y la espera. Las de la copa de vino.
Verónica te explica. A ti. Sólo a ti. Que el título del pódcast se corresponde con un poema del escritor peruano Jorge Eduardo Eielson. El poema dice así:
Cuando llovía llovía solamente
Arañas y cucarachas eran nuestras hermanas queridas
el olor a humedad nuestra única colonia,
saludábamos con cariño a la polilla y el polvo
no frecuentábamos rata alguna.
Nos gustaban los bizcochos, las sábanas blancas, Juan Sebastian Bach y los helechos.
Llorábamos por cualquier cosa,
cantábamos cualquier cosa,
hacíamos cualquier cosa
amábamos cualquier cosa.
No teníamos automóvil, televisor ni paraguas
y cuando llovía,
llovía solamente.
A veces las cosas ocurren de una en una. Hay días en que las cosas ocurren solamente. Sin atributos. Días en que un bizcocho recién sacado del horno es sólo un bizcocho sacado del horno y no todas las calorías que ingieres con él. Tranquiliza saber que la vieja chaqueta de lana estará en el lugar de siempre por mucho que se tambaleen los cimientos del Estado de Derecho o se te acabe el rímel. Saber que las plantas sobreviven si las riegas y les hablas. Y que sin plataformas, móvil y redes sociales también fuiste feliz, una vez, hace mucho tiempo.
En su pódcast, Verónica Cernadas habla de cosas importantes como noches en la biblioteca de la Facultad de Filosofía, poemas, fumar y papeles en los bolsillos. Cosas todas que ocurrían solamente. Porque cuando aislamos cada pequeño detalle del mar de eventos cotidianos, resplandecen los auténticos tesoros: aquella canción, aquel poema, aquella persona, aquel lugar, aquella chaqueta vieja con la que nos hicimos un ovillo un domingo por la tarde y juramos solamente que ya no, que nunca más.
En los días en que todo es demasiado las cosas que te devuelven a la lentitud son senda. Detrás de ellas, hay melancolía, siempre la hay, es la tristeza que da saberse desajustado de los ritmos del resto. Pero también hay belleza, siempre la hay, la de saber que si lo detienes todo justo a tiempo tomarás las cosas de una en una como la uva de un racimo violeta.
Y entonces lo entiendes. Vendrán los días lentos y vendrán para salvarte.
Una belleza. Sencillamente una belleza
últimamente he estado observando la vida desde abajo y leyéndote me sentí caracol. sin duda, crear espacios acogedores es tu regalo para el mundo. busco a Verónica ya.