Elogio de las salitas
Mi abuela tenía una salita, la salita de estar. Googleo las palabras salita de estar. Google me pregunta si en realidad quiero decir sala de estar. Pero no. Yo quiero decir salita de estar. Me alegra que una palabra que aprendí de mi abuela no conste en el algortimo.
La salita de estar me hace evocar los espacios pensados para todo lo que está quieto. Espacios para que el tiempo se derrame. Espacios para burlar la velocidad. En la salita de estar, sin embargo, sucedía todo lo importante: las confesiones de bajo fondo aprovechando las pausas publicitarias, las meriendas hipercalóricas, las coplas de Rocío Jurado, las historias de guerra, las sagas familiares. Quizás más que cualquier otra cosa, la salita de estar era un espacio pensado para las palabras.
Cuando grabo un episodio del programa me imagino a mi audiencia en una salita de estar, más que sentada arremolinada alrededor de una mesa, sosteniendo una taza entre las manos, con el rostro abierto, las cejas expectantes, quizás falte espacio, quizás sobren cojines. Todo lo que sé sobre narrar lo he aprendido en habitaciones pequeñas. Lo que pasa allí dentro es más que narración, embrujo.
Las hermanas Bronte tuvieron su propia salita de estar en la casa de Haworth (West Yorkshire) . Un lugar en el se recogieron del mundo. Un lugar que el poeta Samus Heaney describió así: “ paisaje primitivo donde las piedras gritan y los horizontes sufren”.
La salita en la que las hermanas Bronte escribieron, leyeron y hasta murieron se conserva intacta en la Casa Museo de las escritoras.
Supongo que por eso las Bronte pertenecen a mi mundo. Un mundo cada vez más viejo. El de las que hemos crecido en una salita de estar.
El de las que sabemos que estar y contar es una misma cosa.
Desde el salvaje este.
Carlota