La urgencia se mide en la voz. Al otro lado se desatan tempestades. Todo está tranquilo pero la brisa es apariencia. Las cosas que descansan gritan intermitentemente. Cuidar proviene del del verbo latino cogitare que quiere decir reflexionar, poner atención. Ponemos atención, también la vida entera.
Es sábado por la mañana. Me escribe Mini a una hora en que sólo una madre de tres hijos y yo podemos estar despiertas. Dice que está empezando el último libro de Jabois y que se acuerda de mí. La llamo. Ella está en un tren. Yo haciendo café. Me tomo un enantium para la regla. Se queja de lo poco que lee desde que es madre. Hablamos de libros, de trabajos y de nuestras madres, sobretodo de nuestras madres. A Mini la recordaré siempre con un trench oversize color beige circulando en bicicleta a toda velocidad por las calles del Copenhague para traerme una lata de sardinas y otra de berberechos que son buenos para la anemia. Yo, que tuve anemia en Copenhague por primera vez, después la iré arrastrando por periodos de mi vida hasta vivir con un suplemento de hierro bajo el brazo.
No, no nos vemos nunca pero la quiero. La quiero por los dones que yo no tengo: arrojo, energía, disciplina, entusiasmo. Somos radicalmente diferentes y absolutamente complementarias. A veces me habla como una hermana mayor, a veces como una hermana pequeña. Nunca sé con cuál de las dos hermanas hablo, en cualquier caso con una hermana. Nos despedimos, prometemos vernos este año. Quizás en verano. Venga, ojalá, esta vez sí. Y Copenhague al fondo, todavía.
A las once llamo a Cristina. Me había dicho que este fin de semana estaría sola sin marido e hija Hablamos. Me cuenta que en pocas semanas tendrá que someterse a una operación de cierta importancia. Le hago preguntas de salud. Bromeo sobre el privilegio que es darse un buen viaje de cloroformo a costa de la sanidad pública. Hablamos del cuerpo, de la enfermedad, del miedo a la muerte, del miedo en general. Puedo sentir su voz licuarse un poco al otro lado; su tempo discursivo va más acelerado de lo normal, le faltan pausas, la preocupación se funde con la euforia. Hablamos de otras cosas. De colaboraciones, de proyectos, de mi taller, de los suyos, de verano, de becas, de posibilidades, de todo lo que nos queda por hacer a mujeres como nosotras que estamos en este mundo agarrándonos con uñas y dientes a ese sueño envenenado que es trabajar en lo que nos apasiona. Nos recomendamos cosas, nos mandamos cosas, nos deseamos suerte y hablar pronto. La radio, los pódcasts, las mujeres, la admiración mutua. Cristina: mirarse en un espejo.
Dos horas más tarde recibo un audio de Alejandra desde Nueva York. Lo acaba de dejar con su pareja. Ha sido una decisión acertada. Pero se siente extraña. Me repite que está bien. Que de verdad está bien. Le encanta su trabajo. Está bien con sus amigas y está bien en Nueva York. Ya no acusa la extrañeza, ni el exilio, ni la distancia, ni nada de nada. Ella está bien, pero su cuerpo no. Tiene insomnio, dolor de tripa y dermatitis. ¿Qué se hace con el síntoma? Sentimientos encontrados, la sombra de la duda apareciendo al final del día al volver a la misma casa que todavía comparte con él. Mando un audio que será recibido en la otra orilla del océano en un par de segundos. Mando un audio con la mayor calma que sé recordándole que ha tomado la decisión acertada, que ella lo sabe, , que es normal tener dudas a veces y que el cuerpo se descompone porque el cuerpo no entiende nada de todo esto y sólo sabe llorar y echar de menos y acusar el abandono como cuando éramos pequeñas.
Intentamos cuadrar horarios para hablar por teléfono. Restamos diferencias horarias y jornadas de trabajo ¿Mañana de qué hora a qué hora? Ajustamos la agenda como una filigrana forense pero finalmente no podremos hablar. Los audios son desde hace un tiempo nuestra única forma de comunicación. Mensajes en una botella que cruzan océanos con nuestras voces temblorosas a bordo: Ojalá estés bien/ Me siento triste /No puedo más/ Es bueno tener amigas de juventud que te recuerden quién has sido. Si pierdes el origen, pierdes la salida de emergencia.
Al final del día, recuento las llamadas que he hecho, las personas con las que he estado y concluyo que vivo rodeada de mujeres en crisis. Yo soy una de ellas. Al principio pensaba que las crisis eran pasajeras, pequeños altercados del devenir que había que sortear con elegancia. Ahora sé que no. La vida va de sobrevivir a un estado de alarma continuo. Todo es provisional. Todo es precario. Todo es incierto. Nuestros trabajos, nuestras madres, nuestras parejas, nuestros cuerpos, nuestros sueños. Es tan frágil nuestro peso sobre el mundo que no hay segundo del día que nos podamos permitir el lujo de no cuidar de todo y de todas las demás. Nos tambaleamos como epicentros de huracán.
Sobrevivimos a base de tejer redes de cuidado como pequeñas telarañas: finas, alambicadas, frágiles. Dejamos que transcurra el menor tiempo posible entre un cómo estás y el siguiente. No queremos ser ausencia. Queremos hundir nuestras raíces en la vida de la otra como sustento elemental, arcilla, caracola , arrullo omnipresente. No soportamos la idea del desierto, el insomnio en el descansillo, la soledad sobrevenida, la falta de abrigo. Queremos ser cuenco, cuna, nana, manto, palabra que rompe el maleficio.
La vida nos desborda porque tenemos hijos, animales, padres enfermos. A veces no nos permitimos estar enfermas nosotras mismas. Además tenemos que entregarnos a nuestras profesiones con una pasión febril, hacernos cargo de nuestros sueños, no renunciar, no renunciar nunca. Jamás descansamos, apenas dormimos. Llevamos dentro a un tirano autoritario que nos obliga a producir amor por encima de nuestras posibilidades. Nos sabemos la vida de nuestras amigas de memoria. Y aunque lo intentamos de todas las maneras posibles, nunca llegamos a tiempo a nuestras citas. Nos sentimos culpables del Genocidio en Gaza y de comprar ropa en Zara. Hablamos por los codos. Rezamos en secreto. Escribimos. Escribimos whatsapps como biblias al viento.
Desde el salvaje Este.
Carlota.
Me encanta cómo pones en palabras esa red, telaraña, en la que te sostienes. Corren vientos de primavera.
"Queremos hundir nuestras raíces en la vida de la otra como sustento elemental'. Me sacaste lágrimas. Tus imágenes son maravillosas.