Ya no somos las mismas. Estaríamos condenados a ser estatuas de mármol si no dejáramos que la vida nos moldeara como barro blando. Y de eso. De barro. Sabemos mucho en el salvaje Este que nunca ha sido tan salvaje y nunca ha estado tan al este. Vivimos en el país del barro. Como si una burbuja de lodo, además de ahogarnos hubiera enmudecido nuestros gritos periféricos. El desastre no sabe llamar a la puerta, no entiende de pedir permiso, sólo comprende la turbulencia. Entra de madrugada, arrasa con lo que encuentra, nos devora dormidos, nos engulle y nos escupe convirtiéndonos en otras. Somos el escupitajo de un río, una deformación fluvial, supervivientes del agua turbia, hijos del 29 de Octubre. Una hemorragia abierta.
Como sucede con todas las heridas, aún no hemos encontrado su epicentro. Nos movemos en círculos rodeando las riberas, sus razones, atajos de barrancos y escorrentías, caudal de la mala suerte, flora y fauna submarina, residuos, paisaje de amasijos, funerales de invierno. Y tantos interrogantes.
Decía que la que empezó esta newsletter no es la misma que la que escribe estas palabras. El golpe me ha cambiado. Me decidí a escribir Radiolaris porque creía que el “nosotros” se podía construir a partir de la suma de muchos “yoes”. Que nuestra memoria cotidiana podía ser un espejo alado, un hilo del que tirar para hacer emerger muchas historias que nos representaran a todas, que nos nombraran a todas. Ahora creo que es justo al revés, no se trata de construir un “nosotros” desde el “yo”, sino de entender que sin “nosotros” no hay “yo” posible. Sin el otro no somos. Es la mirada del otro la que nos sitúa en el mundo.
Recibo varias newsletters al día y la mayoría están llenas de la misma nada. Una alegoría del yo que sobrevuela por encima de los problemas colectivos y de las tensiones sociales, un recetario de preferencias que evita lo conflictivo, que se escabulle de lo doloroso, que abraza la subjetividad individual hasta el paroxismo: ¿Para qué seguir rellenando espacio con ese mismo contenido? ¿Para qué seguir fomentando ese culto a la identidad personal a través de mis propias palabras? ¿Cómo hablar de amor y de desamor después de la dana?
Dice Susan Sontag en “Ante el dolor de los demás” que la compasión es una emoción inestable: “no debería suponerse un nosotros cuando el tema es la mirada al dolor de los demás”. Durante los días que siguieron al 29 de Octubre pude comprobar la fragilidad y la fortaleza de ese nosotros. Como si la primera persona del plural fuera una peonza que se quedaba tumbada o permanecía rodando en equilibrio dependiendo de desde dónde se mirara. De un lado estaba la solidaridad abrumadora de los que nos echamos a las calles: “¿A hacer qué?” “Lo que sea”. No pretendo idealizar aquellos gestos, fueron titubeantes, impulsivos quizás y caóticos en sus resultados. Pero fueron, desde luego, una articulación del “nosotros”.
De otro lado, existió también la frialdad y el distanciamiento. Aquellos días asistí horrorizada al espectáculo de ver cómo mientras aquí contábamos muertos, algunas cuentas de instagram continuaban compartiendo contenido en sus redes sociales ajenas a todo lo que nos estaba sucediendo en el Este. Como si de hecho nada estuviese pasando, como si nosotros, los del país de barro, ya viviéramos en otro planeta, el territorio de las desgracias a las que no hay que mirar demasiado de cerca por si acaso su miseria se contagia. Ya lo dice Zoo en una canción con una frase demoledora : “On sobra la realitat no cap el glamour” (Donde sobra la realidad no cabe el glamour)
Historias de instagram en las que se leía : “Hace un día estupendo”, episodios de podcast con contenido literario, newsletters que llegaban cargadas de referencias sobre qué libros leer, qué películas ver, qué pensamientos excelsos tener, me fueron asaltando una tras otra como puñales en la tormenta mientras aquí nos levantábamos cubiertos de lodo dispuestos a desafiar las normas de la generalitat que nos prohibían acercarnos a los municipios afectados. Conozco a voluntarias que han enfermado varias veces por infecciones relacionadas con el contacto directo con el barro. Y que a día de hoy, cuarenta y pico días después, siguen sacando barro. La urgencia, dicen, pone las cosas en su sitio con una claridad cristalina. Hay parálisis y acción, emoción y desembarazo de adornos prescindibles. De hecho, la emergencia es en sí misma, el rechazo de todo lo prescincible. Pero yo no podía o no sabía trasladarse esta sensación a aquellas cuentas de instagram que seguían emitiendo canciocillas pop y desayunos al sol mientras aumentaban las cifras de desaparecidos y ahogados.
Mi “nosotros” no podía ser su “nosotros”. No pertenecíamos al mismo país, ni al mismo planeta. Ni siquiera hablábamos el mismo idioma. Podíamos haber compartido cien mil lecturas, pero las inundaciones bastaron para que todo ese consumo de novelas de Sara Mesa se descompusiera entre los dedos como arcilla arenosa:“Esos pies nunca han pisado el barro” canta Tulsa. Y de pronto entendí que el barro había establecido sus propias fronteras, se había convertido en una alegoría de todo lo desagradable: la muerte, la enfermedad, la miseria. Que el mundo también se dividía entre quien estaba dispuesto a mirar a la intemperie y quien no y que una cultura que fomenta la belleza por encima de toda humanidad no es cultura, sino escapismo. No cura, no sana, no transforma. Adormece.
En un libro imprescindible que se llama “ Víctimas e Ilesos “ Olga Belmonte habla largamente de la sociedad de los ilesos: “El optimismo ingenuo unido a la inacción puede acabar siendo cómplice de lo que ocurra”. Para Belmonte el ileso es el no-herido, pero no por ello invulnerable. De hecho la sociedad de ilesos que construyamos depende en buena medida de nuestra capacidad de vulneración, es decir de nuestra capacidad de ser alcanzados por lo que le sucede al otro.
Solo reconociendo la hemorragia del otro, veo mi propia herida. Aunque tenga un origen diferente, la sangre que brota me permite identificar mi propia fragilidad.
¿Tiene sentido continuar una newsletter en estas condiciones? Entiendo que no. El mismo concepto de newsletter está diseñado para ser una herramienta publicitaria de contenido personal. Es invasiva. Está orientada al consumo, a la sobreexplotación personal y a la promoción de un yo solipsista en el que ya no creo.
Sin embargo, también creo que es posible utilizar este canal que ya existe para hablar de otras realidades. No para garabatear mis desgracias cotidianas, sino para reflexionar sobre temas que importan y que nos incumben a todos. Aprovechar el continente y cambiar el contenido. Si tú me dejas, si me das tiempo… De esta manera Radiolaris se convertirá en otra cosa, ¿cómo será esa cosa? Aún no lo sé, el barro es lo que tiene, sucumbe al principio de incertidumbre, nos permite ir dando forma a las estructuras del futuro esperando que un sol de primavera acabe por definir los cimientos de lo que seremos, de lo que aún no somos, de lo que ya estamos empezando a ser.
Nosotras, las del barro, ya no somos las mismas.
Desde el salvaje Este
Carlota