Esta es la historia de un café. O mejor dicho de su ausencia. Hace un tiempo tuve una historia loca con un señor que jamás me hizo el café por la mañana. Había pasión, si, lo que no había era cuidados. Me costó darme cuenta que aquel café mañanero era tan importante. Pero lo cierto es que me amargaba bastante la noche la falta de desayuno compartido y no sabía situar que ese quedarse dormido, en coma profundo, sin tener en cuenta que a su lado dormía otra persona, también formaba parte de lo que hoy denominamos responsabilidad afectiva. He de decir que yo no quería casarme con ese señor, ni crear un vínculo más allá de la intimidad que compartíamos, pero al mismo tiempo creo que la intimidad, el sexo, eso que nos atañe a los cuerpos, también es un vínculo, que merece sus afectos y su atención. Al menos, como mínimo, un café. Me daba la impresión de que al señor le parecía que cualquier gesto de amabilidad iba a ser malinterpretado por mi parte, y que por eso, antes que enredarnos en una conversación sobre la naturaleza de nuestro vínculo, era mejor dejarlo claro con actitudes parcas, antipáticas y desagradables. Pero también me daba la impresión de que el señor era un torpe irremediable que no disponía de las herramientas emocionales básicas para gestionar la intimidad compartida. Comprendí que para mi era importante lo del café, y así se lo hice saber. Muy asertiva y muy aplicada, yo. Jamás hubo respuesta. Un ghosting de manual. Y ahí sí que me sentí mal. ¿Qué había hecho mal? ¿ Exigir demasiado? ¿Tomar la iniciativa? ¿Mostrarme demasiado sexual? Asistí a ese caleidoscopio laberíntico de la feminidad contemporánea en el que por un lado se nos insta a romper los moldes y por el otro se nos castiga si lo hacemos.
En esas estaba cuando mi amiga Clara me llevó a la presentación del libro de Francesc Miro en Arribada LLibres: “Homes, amor i cures. Masculinitats contra l’auge reaccionari” ( Hombres, amor y cuidados. Masculinidades contra el auge reaccionario.) Al principio fui un poco con el traje de feminista-sabionda ( ¿Qué me van a descubrir A MI sobre las masculinidades tóxicas?) Pues mira, si.
El libro arranca con el desgarrador prólogo de Toni Mejías (Los Chikos del Maíz) sobre la imposibilidad de hablar con su entorno cercano acerca de la anorexia que sufre, los estereotipos sobre los cuerpos en los hombres, la gordofobia y sus contradicciones internas. Un alegato que ya es una ruptura de todos los consensos sobre la vulnerabilidad masculina:
“Denuncian la gordofobia en las redes sociales y aplauden a los que hacen activismo, pero venderían a su madre para no engordar y a su padre para no tener una pareja gorda”
Frances Miró acierta en el tono al situar el problema de la masculinidad hegemónica dentro de los cauces de su vida afectiva personal, sus parejas, sus duelos, sus primeras experiencias con los comentarios tóxicos acerca de lo que debe ser un hombre. Desde aquí desarrolla un corpus teórico a través de diferentes temas como la interdependencia, la vulnerabilidad, la competitividad, el consentimiento o la deconstrucción sirviéndose siempre de ejemplos de la cultura popular como las canciones de Manel y María Arnal o las series de televisión de moda.
La lectura del libro me ha permitido sobre todo entender más a mis compañeros masculinos y generar una mirada conciliadora hacia actitudes que generaban en mi hasta hace nada la rabia e incomprensión más absolutas. El libro pone el acento en todas esas cargas del patriarcado de las que los hombres también son víctimas, aunque como bien apunta Francesc Miro, que te pese la corona no quiere decir que dejes de ser rey, es decir, el patriarcado sigue siendo un sistema basado en los privilegios masculinos aunque estos privilegios a menudo conlleven un beneficio envenenado.
Por ejemplo, la mutilación emocional. La normativa patriarcal exige que llegada la adolescencia los hombres renuncien a su desarrollo emocional en pro de una competitividad extrema por ser los más fuertes y exitosos en su grupo jerárquico. Cuestiones como la asertividad, la afectividad y los mismos cuidados quedan relegados, cuando no amputados de su esfera personal, hasta la edad adulta donde en muchos casos sólo se llegarán a desarrollar al lado de sus compañeras sentimentales, siendo estas las únicas que podrán romper esa armadura y conocer su cara más vulnerable. En el camino perderán buena parte del vocabulario emocional y los matices afectivos necesarios para enfrentar los conflictos interpersonales. Las consecuencias es que muchos de ellos vivirán dejando un reguero de cadáveres emocionales en el camino de sus andanzas sexoafectivas.
“ ¿Qué pasa cuando no nos comunicamos? ¿Cuando optamos por el silencio? ¿Qué pasa cuando desaparecemos haciendo una bomba de humo después de haber generado cierto grado de intimidad? Pasa que adobamos un terreno fértil donde el patriarcado se siento muy cómodo para crecer incluso sin que lo reguemos. A todos los sistemas de opresión les beneficia el silencio. Y como decía Bell Hooks, no podemos cuidar de lo que no podemos sentir”
El problema no es el placer. El problema no es el sexo. El problema es la falta de transparencia en la comunicación. Y sobre todo, una concepción del placer en claves de consumo y acumulación de cuerpos que deteriora e imposibilita la introducción de los cuidados en nuestras relaciones.
Algo así le sucede a Richard Gere en la película Oh Canadá de Paul Schraeder, basada en la novela Los Abandonos de Rusell Banks. La película nos introduce en otro caleidoscopio laberíntico: el de la memoria del hombre tóxico en perpetua huida de sí mismo. Oh Canadá cuenta la historia de un famoso documentalista estadounidense, conocido por haberse negado a prestar servicio en la guerra de Vietnam, que estando al borde de la muerte, decide conceder una última entrevista. En dicha entrevista el protagonista pretende narrar su verdadera vida, llena de azarosos baches marcados por una profunda cobardía emocional. Entre hechos inexactos y unos flashbacks alucinados por la enfermedad, Richard Gere va deconstruyendo su imagen heroica hasta reducirla a cenizas, se retrata a sí mismo como un estafador afectivo, un irresponsable, un hombre que ha llegado al éxito por casualidad y a la desgracia por méritos propios y cuyos cuidados descansan enteramente en los brazos de su actual mujer, Uma Thurman. Lo tremendo de Oh Canadá es que una vez completado el relato atroz de los hechos, una ni siquiera puede odiar a Richard Gere más de lo que él se odia a sí mismo. Lo que nos devuelve a la idea principal; el patriarcado convierte a algunos hombres en antihéroes trágicos. Eligen Canadá porque creen que se salvan a sí mismos. Pero es Canadá lo que les destruye para siempre.
Es importante entender que los cuidados no sólo se extienden a las relaciones sexoafectivas. Cuando decidimos no responder al whatsapp de una amiga que necesita ayuda también estamos operando en los cuidados.
Cuando le gritamos a una operadora de telefonía móvil que no estamos interesados en su oferta también hablamos de cuidados.
Cuando dejamos que otra persona se responsabilice de nuestra salud, de nuestro peso en el mundo también hablamos de cuidados.
Cuando compartimos nuestros dolores también hablamos de cuidados.
Cuando no nos cuidamos también hablamos de cuidados.
Volviendo al café. O a su ausencia. A diferencia de lo que me hubiera sucedido tiempo atrás, no odio al señor que me negó el desayuno y las respuestas. No me despierta amargura ni resquemor. Tampoco creo que el problema esté en mi. Y en que debería haber actuado bajo consignas previstas en el manual de la buena esposa como “deja que te escriba él” o “hazte desear”. Creo que decir lo que una siente en estos tiempos tan falsarios, es revolucionario. También lo es sostener la respuesta al otro lado. Y convivir con ternura hacia todos los que nos rodean. Sin cuidados, no habrá revolución.
Desde el salvaje Este
Carlota
Me ha encantado el tema, pero la forma en que lo abordas, la riqueza en la manera de narrarlo es… sublime. Derrochas talento, querida Carlota. Un abrazo cafeínico!😉
amén. te abrazo