Los Años Nuevos
¿ A dónde fueron todas esas promesas que nos hicimos cuando estábamos borrachos?
Esta es la historia de un Año Nuevo o de todos los Años Nuevos. Los estados de gracia no tienen argumento, se resignan, suceden, están. Desde que era niña he buscado la belleza en todas partes y luego al encontrarla, he sentido miedo a destruirla. Hay momentos, ya sabes, que deben permanecer intactos, que si se dicen, se rompen. Pero es curioso al mismo tiempo que necesitemos narrar los incendios, que sepamos escribir de todo menos de lo que necesitamos escribir, que los rostros y azares de los desconocidos nos reflejen, que las canciones que ya no recordábamos regresen y que todas seamos un poco La reina del Pop ahora que ha vuelto Amaia Montero. Las noches que nos atraviesan son aquellas que ya estamos añorando mientras se consumen, que ya estamos alargando mientras se acaban, lirios y bengalas.
Esa noche llovía. Pero no nos importó. Cé había vuelto de otro continente donde decía que era feliz y yo la creía. Tenía los rasgos más afilados y se había hecho adulta. Yo, en cambio tenía todo más redondo y me había vuelto adolescente. Tempus fugit pero a la inversa. Me puse un vestido negro de cóctel que me compré en verano porque era el único que me cabía, pero que además me hacía sentir como esas actrices italianas de los años cincuenta que salían de los estudios de Cineccittá en Roma. Roma, los estudios de Cineccittá. Italia no es un país, es una edad, un rojo violento en la boca. Marcelo come here.
En Parthénope, la última película de Paolo Sorrentino, el escritor que interpreta Gary Oldman se pregunta: “¿ A dónde fueron todas esas promesas que nos hicimos cuando estábamos borrachos?” Y la pregunta se queda en el aire de la pantalla el tiempo suficiente para que escueza en la memoria de las ruinas de Capri y de todas las playas mediterráneas. Porque este mar, este dolcefarniente, este sol del mediodía también es una forma de melancolía. La demasiadaluz también nos convierte en estatuas. Parthénope está dedicada a Nápoles. Y Valencia no es Nápoles. Pero se le parece. Y mucho. Ahí estábamos Cé y yo vestidas de noche de la cabeza a los pies, una nochevieja de 2024, trece años después de conocernos, casi catorce. Más duras, más rojas, más listas, más viejas.
En el primer bar al que fuimos, nos encontramos de casualidad con Tarr al que hacía muchos años que no veíamos y nos abrazamos como si fuéramos viejos compañeros de celda. Una vez, hace casi catorce años, quisimos cambiar el mundo. Una vez, hace casi catorce años, creímos que íbamos a cambiar el mundo. ¿Y qué nos pasó después? Lo que pasa siempre. Que nos enamoramos los unos de los otros, tuvimos parejas, líos, ex parejas, ex líos, amigos, enemigos, amantes y nos olvidamos un poco de la revolución, eso pasó, sí. También pasaron otras cosas; los años, los cuerpos, los trabajos, la precariedad, las enfermedades de los padres, las muertes, los desencantos, las emigraciones, el frío. Tarr acababa de tener un pequeño accidente con la moto, se levantaba constantemente el pantalón y no paraba de decir : mirad, mirad la herida que me he hecho. Pero Cé y no no miramos mucho la herida. No habíamos salido a mirar heridas, habíamos salido a celebrar la sangre ilesa, lo que aún quedaba de puro, lo que no se llevó ningún naufragio. Bebemos. Bailamos. Hablamos. Nos reímos de los mismos chistes. Nos preguntamos por los amigos de siempre, brindamos por ellos. Somos de nuevo un equipo. Tenemos fuerzas suficientes para empezar todo de nuevo: los centros sociales okupados, las asambleas, las permanencias, las discusiones sobre anarquismo, los besos robados. Cineccittá.
Encontramos un taxi para ir a otro bar que será un escenario del que ya no recordaremos muchos detalles. En el taxi conoceremos a Jimmy, que va hacia el mismo lugar, y yo le ofreceré un beso porque esa noche me siento generosa. Jimmy se quedará estupefacto y a mi me hará mucha gracia. Jimmy está triste esa noche. No lo dice. Pero se le nota. Sin saber muy bien cómo, se hará amigo nuestro, porque nosotros somos muy de acompañar a la gente triste, y nos colaremos en el garito (¿aún se dice garito?) sin pagar la entrada. Tarr me pide que esto no lo ponga en un pódcast e insiste: a mí no me dediques un pódcast. Me hace reír el miedo que tienen los hombres que me rodean a que los escriba. Pero de él no se puede decir nada malo, es un hermano de aventuras avanzando con nosotras hacia el centro de la noche del que emanan todas las maravillas, como el hermano de Parthénope. Bailamos despacio aunque la música es rápida. No se puede abandonar un año y entrar en otro de manera acelerada. El vuelo de la falda, las luces de neón, los rostros brillantes, los pestañeos a cámara lenta. Si olvido lo divino, llamad a Sorrentino. La decadencia y el don.
Conocimos a Rous que era una señora militante que nos pidió a Cé y a mi que nos cuidáramos mucho la una a la otra. Hablamos mucho aunque no sé de qué. De política, si. Pero no de la dana. Nadie hablaba de la dana. Parecía como si quisiéramos arrancarnos el 2024 de la piel y esa noche estuviera prohibido pronunciar la inundación. Allí conocimos también a la que seria sin duda la protagonista del resto de la noche. La llamaremos Jessica. Jessica porque es nombre de los noventa y de Vigilante de la Playa. Jessica porque es nombre de procedencia indeterminada y como ella podía germinar en cualquier parte movida por una fuerza de supervivencia extrema. También en la barra de aquel bar.
Jessica era medio argentina y medio gitana, estaba embarazada y tenía una relación de maltrato con un señor que no la acompañaba esa noche. Jessica estaba nerviosa y deprimida. Tenía cara de melodrama y flamenco. Era difícil mirarla y no querer ofrecerle un vaso de leche caliente y una cama recién hecha para que descansara de un sufrimiento indecible. Pero esa noche no la invitamos a un vaso de leche, la invitamos a chupitos de jagger . Tenía las manos frías y los brillantes del vestido calientes.
Cuando cerraron el sitio a las seis de la mañana, no queríamos irnos, no podíamos. Tarr nos ofreció ir a tomar las últimas cervezas y ver el amanecer desde su casa. Aunque llovería toda la mañana y sólo se vería un cielo gris sobre la ciudad de la gran inundación, como el día de la dana. Pero aún nos faltaba hacer el último descubrimiento de la noche, el bonico. El bonico era guapo y joven, 28 años, pura energía, un carrusel de historias. Una de esas efigies que podría haber seducido a la bella Parthénope, o servir en tu bar favorito sin que nunca llegaras a reunir el valor suficiente para dirigirle la palabra. Pero se la dirigimos. Y se vino con nosotros.
El resto fue una mañana histórica. En casa de Tarr hacía un frío siberiano porque no conseguíamos hacer funcionar la calefacción. Tarr nos ofreció mantas de colores que nos pusimos a modo de chal las señoras, a modo de poncho los señores. Las cervezas centelleaban como farolillos en mitad de una noche de verano.Google music no ponía las canciones que le pedíamos, y sólo accedía a reproducir La Oreja de Van Gogh. Me hubiera gustado decir que sonaron Los Smiths o The Creedence pero lo que allí se bailó, se berreó y se zapateó fue Por la raja de tu falda …Nos vinimos arriba como se vienen arriba los espectros que resisten a morir del todo. Jessica, brillantes fríos, ojos como escarpias, hacía temblar las baldosas del suelo mientras narraba mitad con acento argentino, mitad hija de Camarón, todo su rosario de desgracias.
Cantamos a un 2025 recién iniciado como si la vida pudiera empezar de nuevo para todos nosotros, como si nuestros desastres no significaran nada, como si aun pudiéramos brindar con todos nuestros miedos y deshacer con un beso cada traición. Y nos besamos. Nos besamos porque sí, porque estábamos contentos. Porque sonaba una canción cursi en el altavoz, y aún éramos jóvenes y teníamos miedo, un miedo aterrador a no poder pagar el alquiler ni la factura de la luz. Un miedo amargo a convertirnos en las personas en que nos estábamos convirtiendo. Un miedo salvaje a que los adolescentes que fuimos se avergonzaran de nuestras versiones adultas. Un miedo, también, a que Amaia no consiguiera volver a La Oreja de van Gogh, porque todos tenemos una Amaia dentro que se recupera de una mala época y que espera que una mañana de Enero saliendo del tren la esperanza diga quieta, hoy quizás, si.
No sé si fue entonces, o después, cuando salí a la terraza, me puse la manta de leopardo alrededor del pelo y me hice esa foto en la que parezco una virgen punk, o una reina mora, una señora de la Santa Noche con los ojos emborronados de películas italianas y una mirada que atravesaba las gotitas de lluvia en las hojas de un geranio. Me gustaría decir que entonces recordé unos versos de Holderlin, o de Poe o de Bauelaire pero lo cierto es que sólo me vinieron a la mente un par de frases de Rigoberta Bandini: No puedo domar todo lo que soy/ no puedo asfixiar todo lo que soy. Berta García Faet lo dice mejor en Corazón Tradicionalista cuando escribe:
No me preguntes por qué (cuánto lo disfruto)
encuentro mi cuerpo dorado y, a ratos,
el cuello se me retuerce como un girasol
mirándolo todo como una alborotada virgen
que se escapa por primera vez
.
Parthenope no sería madre . Jessica tampoco. Los seguí viendo bailar y bailar, felices y asustados, manteniendo en la fragilidad una elegancia existencial de la que sólo se es capaz a ciertas horas de la mañana cuando ya da igual todo, la noche ha quedado atrás, y sólo quedan despiertos los que recogen los cristales rotos. Quizás yo también fuera un cristal roto.
Parthenope dice de sí misma que se parece a Nápoles. Pero olvida que Italia no es un país, Italia es una edad. Aunque yo me parezco a Valencia, también olvido que Valencia es una edad, un rojo eléctrico en la boca, un saberse de memoria la piel del callejón, una revolución incompleta. O quizás como dice Cé, mientras cuenta los días que le quedan para cruzar un océano, Valencia no se acaba nunca. O tal vez, somos nosotros los que no nos acabamos. Porque siempre habrá un bar, y un amanecer y un altavoz, y una manta de leopardo esperando en alguna parte a que nos encontremos de nuevo salvando distancias entre labios, poniéndole remedio a las desgracias, sentenciando el fin de todas las catástrofes, deseando que los segundos pasen lentos como siglos y que la juventud no se vaya todavía, todavía no por favor. Aunque la belleza, ya sabes, es una pompa de jabón, una Diosa complicada.
leerte es un deleite.
Aish, Carlota!! 🥰Ya sabes que me encanta leerte y escucharte. Pero este texto me ha conmovido, especialmente. 🥹Cuanta nostalgia y run run inquietante sentimos, mientras nos agarramos como podemos al puritito presente. 🌱Mil gracias por contarlo!! Un abrazo ❤️🩹