Contar es rescatar el tiempo de la lumbre.
Desde hace tres años recibo un audio de voz todas las mañanas, muy temprano. Es de mi amiga Maco. Vive en Fuerteventura. Casi sin excepción todos sus audios acaban con la frase te tengo que contar… Acaban. No empiezan, que sería lo lógico. Primero me pregunta qué tal el día, después divaga un rato sobre lo dormida que está y las posibilidades de hacerse un café si no está muy dura la cafetera esa mañana, luego se precipita a una narración escueta sobre el día anterior y al final siempre se acuerda de alguna cosa grandiosa que ha olvidado incluir en el relato y añade como conclusión su...ay te tengo que contar.
Aunque ella no lo sepa, ese ay te tengo que contar es uno de los pilares de nuestra relación epistolar. Un recurso narrativo de la intriga. Una frase que hace que yo me quede expectante ante la siguiente iluminación de la pantalla del móvil.
Yo le contesto y por lo primero que le pregunto es por la incógnita que ha dejado en el aire, luego le planteo las mías propias con mi ya te contaré mejor...me ha pasado una cosa...pero ya te la contaré, también divago somnolienta y tanteo las posibilidades de hacerme un café.
Nuestro whatsapp es una colección de relatos eternamente aplazados, narraciones prometidas y cafés posibles. La intriga sustenta una relación entre dos extrañas que no se han visto nunca pero que se saben todas las anécdotas de la vida de la otra. Rescatar el tiempo de la lumbre.
Ninguna de las dos sabemos mucho de teoría literaria pero tenemos la certeza de que contar historias tiene poco que ver con explicar hechos. Para nosotras contar historias es una cuestión de captar el interés del interlocutor, contagiar sentimientos y trasladar experiencias vívidas sin mucha digestión previa. Nuestras historias empiezan con titulares hiperbólicos, frases hechas, enigmas y preguntas que nacen del desgarro y el impulso narrativo. Rescatar el tiempo de la lumbre.
La historia empieza a destejerse un miércoles de tormenta de arena, un miércoles de médicos, un miércoles de cola de la compra, un miércoles de baja laboral, un miércoles de angustia existencial, un miércoles de no querer comer, un miércoles de pues resulta que… un miércoles de pues mira por donde….
Reconozco en Maco el mismo brillo narrativo que tenían las historias de mi abuela Milagros y de mi bisabuela Nina, narradoras que hacen de la cotidianidad su reino, narradoras que nacen de la necesidad de trasladar a los ratos muertos y a los descansos merecidos, la memoria de lo que quizás aún no ha sucedido. Las historias traen el calor, el universo en común, los lenguajes que curan dolores.
La escritora Sara Bardelás (Las Médulas, 2013) lo explica perfectamente cuando cuenta una experiencia que tuvo cuando tenía 18 años. Ocurrió en un tren. Debió ser durante los años setenta. Ella y un compañero de viaje, también joven, compartieron vagón con un anciano pescador que estuvo durante catorce horas contándoles la historia de toda su vida. La diferencia entre un tostón y un buen narrador es que el buen narrador sabe contar lo que quiere contar. Aquel hombre no había leído a Flaubert, ni a Poe, ni a Dostoievski. Era un humilde pescador al que le faltaban las lecturas de las que presumían sus jóvenes acompañantes. ¿Qué hacía su narración distinta? ¿Por qué el discurso de los chicos resultaba flojo y el del hombre mayor estaba lleno de ímpetu, claroscuros, profundidad, autenticidad e interés? La escritora le había dado muchas vueltas a esto y había llegado a una conclusión.
Porque su narración partía de una necesidad: la de ordenar los acontecimientos entorno a un sentido. El anciano elegía los episodios alrededor de dos conceptos, los que le habían dado sentido a su vida y los que se lo habían quitado.
Tenía una verdadera necesidad de contar lo que había vivido. Y que lo que había vivido significara.
Tenía una idea tan clara de lo que le quería contar a esos chavales y por qué, que su mente se movía rápidamente eligiendo unas imágenes y no otras, decidiéndose por unos recursos narrativos y no por otros. Narraba con ligereza, haciendo saltos entre sus momentos de lucha como anarquista y el alzamiento militar de 1936 que le obligó a vivir oculto en un pozo. Hablaba de esa perdida de sentido, del pozo. No de cómo llegó hasta él sino del olor, la humedad, el pensamiento obsesivo.
No hay narrativa sin necesidad. La buena noticia es que todos tenemos esa necesidad. Todos queremos que se entienda nuestra historia. Todos queremos entenderla nosotros mismos en primer lugar. Pero no podemos entenderla si no la ordenamos, si no jerarquizamos, si no desechamos, si no priorizamos unos elementos sobre otros, si no analizamos, contemplamos e interpretamos nuestro pasado. No hay sentido si no lo contamos, o como decía Virginia Woolf
“ Nada ocurre hasta que no se escribe”
He tardado mucho tiempo en entender que precisamente a eso se dedicaban mis abuelas. Que eso es exactamente lo que hace Maco, aplazar el momento de contarme la historia, para ponerle un orden, para darle un sentido. Que eso es lo que hacemos todos; porque aunque no todos escribamos, todos nos narramos.
En el artículo publicado en La Vanguardia Narración vs Storytelling Albert Lladó se refiere a un texto de Walter Benjamin llamado El nadador en el que “ asegura que la facultad de intercambiar experiencias nos está siendo arrebatada”. Walter Benjamin en el texto defiende a los narradores que saben encarnar dos arquetipos: campesinos y marinos
“ Son como campesinos porque traen noticias del pasado. Son como marinos porque saben hablar de lo lejano.”
En Fuerteventura las casas blancas se han teñido de marrón por una lluvia de barro. Hace un calor agotador. Una niña está enferma. Spotify en modo aleatorio le regala a Maco una canción minera que le trae recuerdos de su padre. En Valencia se plantan fallas con un frío inusual, la ciudad es un trueno sin final y en el aire hay un olor a churros, pólvora y aceite de motor. Nuestros audios de whatsapp se cruzan a miles de kilómetros acercando pinceladas impresionistas de dos vidas completamente distintas pero con un mismo idioma en común. Te tengo que contar. Rescatar el tiempo de la lumbre.
Desde el salvaje Este, Carlota.
Te he descubierto ahora mismo y quiero que sepas que he llegado para quedarme.
Gracias Carlota, por tu sensibilidad, necesitaba toparme con publicaciones con esta en Substack