Estuve hablando bastante de Eme la pasada semana en mi viaje a Galicia. Nada más volver, me la encontré por la calle. Ignoro si los dos hechos están relacionados. Tengo la impresión de que sí. A veces las palabras hacen magia propiciatoria. Tampoco sé si hago bien escribiendo sobre Eme. Escribir sobre Eme es abrir la habitación de los fantasmas.
La literatura está llena de páginas que claman por los amores que se fueron, o por los amores que no fueron, pero en mi vida siempre han sido mucho más importantes las amistades perdidas. Puede que de alguna manera yo siempre me haya enamorado un poco de mis amigos. O puede que este rasgo me delate como la adolescente que nunca he dejado de ser.
Eme y yo éramos amigas. Fuimos amigas desde la primera vez que nos vimos con 16 años. Eme y yo fuimos juntas al instituto y ese es un molde pegajoso de adherencia extraña. Mismos libros, mismos incendios, mismos llantos, mismas canciones. De todas formas Eme y yo nos hicimos más amigas después, en la década de los veinte. Eme era la amiga que me resultaba más parecida a mí.
Al igual que yo Eme tenía una tendencia a la hipersensibilidad y al dramatismo, como yo a Eme le preocupaba analizar y entender las cosas desde su vertiente más profunda, como yo Eme utilizaba el humor para sobrevivir a sus cambios anímicos y a su volubilidad salvaje, como yo Eme estaba llena de contradicciones y caóticos cataclismos. Cuando algo no nos salía bien, Eme siempre soltaba una carcajada cercana al llanto proclamando “que ens en tornen els diners” (que nos devuelvan el dinero).
Sin embargo, Eme siempre me pareció la más indefensa de las dos. Esa ingenuidad tan poco estudiada, tan cercana a la inconsciencia provocaba en mi una suerte de paternalismo protector, y sospecho que ella explotaba esta faceta para no tener que responder de todos sus actos. Creo que en realidad lo hace con todo el mundo. No sé si se da cuenta, a veces pienso que no darse cuenta de algunas cosas siempre ha sido su modo de sobrevivir. El escapismo es su punto fuerte.
El encuentro con Eme por la calle fue frío. Correcto. Amable. Descorazonador. Eme me contó que estaba embarazada. Yo le dije que me alegraba. En realidad me quedé preocupada. Créeme, tengo mis motivos, pero también puedo estar totalmente equivocada. La encontré desmejorada, como supongo que me encontró ella a mí. Y sentí un pellizco amargo y metálico en la boca del estómago el resto del día.
Me hubiera gustado decirle a Eme que pese a todo, la echaba de menos. O al menos decirle algo honesto, sincero y auténtico en lugar de esa retahíla de lugares comunes a los que una se agarra para atravesar una situación incómoda.
El kintsugi es un arte japonés que nos demuestra que las grietas y roturas de un plato de cerámica pueden remendarse con hilo de oro dejando unas cicatrices más interesantes que los de la cerámica impoluta de antes de la fractura. Pero yo tuve claro desde el principio que en nuestro caso el kintsugui no servía. Simplemente ya no podíamos hacer encajar los pedazos. Eme me falló, yo también le fallé. Ella fue egoísta. Yo fui cruel. El día que Eme y yo nos dejamos de hablar supe que la distancia que había entre nosotras era tierra quemada.
Y eso no evita que cada vez que algo no sale como esperaba me escuche diciendo “que me’n tornen els diners” con una carcajada cercana al llanto. Y entonces me acuerdo de los momentos buenos, de quedarnos dormidas en el sofá de la casa que compartimos viendo películas sesudas, de levantarnos llorando aquejadas por angustias existenciales de todo tipo, de las confesiones profundas reveladas en el ajetreo de la cocina. Me acuerdo de todo ese “pegamento”, palabra que ella usaría, y que se refiere a todas esas capas de mundos, complicidad, personas y vida compartida que vas construyendo con una persona a lo largo de muchos naufragios importantes.
Aunque nada de esto es verdad del todo. No es verdad que Eme fuera egoísta y que yo fuera cruel. No es verdad que ninguna estuviéramos a la altura. No es verdad que Eme y yo nos peleáramos un buen día y todo quedara sepultado por un enfado monumental. Lo cierto es que Eme y yo ya nos llevábamos perdiendo unos meses antes de que eso ocurriera. Lo cierto es que la herida tiene un origen más difuso. Lo cierto es que yo cambié. Y en ese cambio ya no había espacio para algunas cosas que Eme defendía. Nos convertimos lentamente en incompatibles. Lo que nos separó fueron los problemas de crecimiento. Lo cierto es que puedes pegar los trozos de un jarrón roto, pero ese jarrón ya nunca volverá a ser el mismo.
El tiempo es irreversible. Los fantasmas también lo son. Algunos siguen bailando en habitaciones cerradas del pasado con versiones antiguas de nosotras mismas. Me gusta pensar que en alguna habitación Eme y yo seguimos bailando, y al mismo tiempo, me gusta pensar que no tengo por qué entrar en esa habitación. Conviene cerrar con llave esas habitaciones, aunque luego una se encuentre a los fantasmas por la calle y dude por un momento de en qué tiempo vive.
Me vienen a la cabeza unos versos de Serrat:
“Del derecho y del revés, uno solo es lo que es y anda siempre con lo puesto. Nunca es triste la verdad. Lo que no tiene es remedio”
me gusta la idea de que exista una realidad paralela donde la complicidad se conserva en formol, y la libertad/cuidado de elegir no entrar.
Yo también tuve una amiga así. Nos conocimos en mi primer trabajo, porque con el alma gemela que conocí en el instituto sigue siendo mi amiga del alma, y la verdad que desde que rompimos no me la he vuelto a encontrar.
Siempre he pensado en cómo sería y no tengo la menor duda de que como bien dices, una situación incómoda.
Por nuestra parte dudo hasta que cruzáramos palabra, si a caso una mirada fugaz y repentina.