Me susurras al oído, amor
besos, terciopelo rojo.
Esos paisajes son borrosos
Esos paisajes son borrosos
(Las bajas pasiones)
Antes
Antes de querer ser una Spice Girl, quise ser una Virgen Dolorosa.
Antes de querer ser una estrella del pop, quise ser una folclórica.
Antes de querer nada, quise tener el pelo largo.
Quise tener el pelo largo como un relámpago para cantar las coplas de Isabel Pantoja. Historias de toreros que morían en la más absoluta soledad porque no tenían ni madre que los quisiera. Pero la mía, mi madre digo, insistía con la tijera y con el media melenita en esa edad donde una no toma decisiones sobre el propio cuerpo y es arrastrada a la peluquería como prisionera de la última moda noventera sin poder hacer nada por evitarlo.
No se puede cantar María de la O con media melenita. Cualquiera que haya oído la canción lo sabe. Hay que cantarla como si en vez de pelo tuvieras un monte de mil árboles que se agitan al viento en medio de un incendio. No se puede cantar de otra manera.
Claro que yo no tenía ni idea de qué iba aquello de María de la O, ni por qué era tan desgraciaita teniéndolo to, ni muchísimo menos, de por qué tenía los ojitos moraos de tanto sufrir. Pero ya intuía, aunque tuviera seis años, que esas palabras contenían la esencia de una historia oscura y pasional. Y sentía una fascinación casi religiosa por esas mujeres que se entregaban al arrebato y la furia, que tenían melenas como arañazos y que olían a laca y lentejuela.
Una comprende que hay algo turbio en todas esas historias de amores desgraciados, muertes tempranas y violencias soterradas como la de La Lirio “a la que se le pusieron las sienes moraitas de martirio” o Lola Puñales que acabó matando a un señor que le hizo ghosting :
“Lo maté y a sangre fría por hacer burla de mí y otra vez lo mataría si volviera a revivir”.
Pero una también se da cuenta de que de ese mismo drama surge la transgresión, como un hilo de luz que rasga el viento o un alarido que rompe el silencio ficticio de la niebla.
En el libro Ay, Campaneras Lidia García García explica esta doble polaridad de las folclóricas:
“ Sobre el escenario loaron lo mismo al amor más tóxico que a la insumisión y en sus vidas personales- también públicas, casi siempre-lo mismo rompieron moldes que abrazaron caenas” (…) “cada una con su propio mar de claroscuros”
Las folclóricas, como las sirenas, son criaturas mágicas que nadan en aguas mestizas. Ejercen su hechizo a partir de una puesta en escena que remite a un pasado, no tan pasado, a una memoria construida sólo a medias. Como contadoras de historias turbulentas, su mundo se exalta y se oculta, se promueve y se niega.
Dice Mar Gallego en Folclóricas: Heroínas de lo ilícito durante la represión franquista:
“Sin embargo, ni la copla ni ellas mismas –a pesar de haber sido la música de la cultura popular durante más de tres décadas- lograron librarse de esa imagen de género casposo; ni quitarse el “sambenito” de ser la música oficial del régimen franquista.”
En su libro Retrato de una mujer moderna Manuel Vicent cuenta que Conchita Piquer pagó 500 pesetas, de su propio bolsillo, cada vez que cantaba Ojos verdes por decir : Apoyada en el quicio de la mancebía. Mancebía significa prostíbulo y el verso estaba prohibido por la censura.
Pese su éxito, su origen popular impidió que el mundo de la cultura tomara en consideración muchas de las imágenes poéticas de los versos copleros con reminiscencias lorquianas, como estos de No me quieras tanto:
“Yo tenía veinte años y el me doblaba la edad,
en mis sienes había noche y en las suyas madrugá.”
O el precioso inicio de Antonio Vargas Heredia:
“ Con un clavel grana sangrando en la boca,
con una varita de mimbre en la mano,
por una verea que llega hasta el río,
iba Antonio Vargas Heredia, el gitano”
Con el tiempo, esperé a que crecieran las raíces, me dejé el pelo largo y entendí que hay que cantar mucho las desgracias para que se las lleve el viento con el brío de un carrusel de feria o de una bata de cola.
Que hay canciones que son rezos y que hay vértigos que necesitan una melodía para que el cuerpo los aguante.
En las letras de las coplas no todo es agravio y reproche, también hay misterio. Una tensión insostenible entre narrar los hechos y traducir los sentimientos como el comienzo enigmático de Un clavel: Nadie sabe, nadie sabe, pero todos lo quieren saber ...que tanto recuerda al inicio de la novela Corazón tan blanco de Javier Marías : No he querido saber, pero he sabido...
Un país también es la historia de sus amores prohibidos. Cuando el pasado es tan oscuro como el nuestro, la memoria se construye como un caleidoscopio defectuoso en el que saber es cruzar una frontera .
La folclórica es la mujer que sabe.
Desde el salvaje este.
Carlota
P.D Te dejo el enlace a una playlist con mis coplas favoritas por si te da el arranque después de leerme.
Este texto es maravilloso. Un exorcismo.
"Hay que cantarla como si en vez de pelo tuvieras un monte de mil árboles que se agitan al viento en medio de un incendio." Oh, que poesía... En épocas de ghosting y desapego extremo, siempre nos queda el arte para morir de amor sin efectos secundarios ni regaño de terapeuta.